viernes, 7 de octubre de 2016

ESTE DOMINGO 9 / 10 de 2016 a las 18 hs en el marco de los 15 años del MALBA se proyectará AU3 (Autopista Central)

martes, 1 de noviembre de 2011

AU3 NOMINADO PREMIOS SUR !!!

AU3 (Autopista Central) ha sido nominada a los Premios Sur, de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina.


Los otros nominados son:



HACERME FERIANTE de Julián D'Angiolillo
EL FIN DEL POTEMKIN de Misael Bustos
CHE, UN HOMBRE NUEVO de Tristán Bauer

sábado, 5 de marzo de 2011

REVISTA Ñ


Autopista verde oliva

Un documental de Alejandro Hartmann releva la trastienda de un proyecto megalómano que sólo aparejó desidia y nuevas exclusiones: la autopista que quiso construir Cacciatore.

POR MAURO LIBERTELLA

Todos sabemos que los dictadores son megalómanos, y actúan apuntalados por la voluntad de sueños delirantes y totales; utopías que el tiempo termina por invertir hasta conferirles su forma final de distopías. Esa transformación perversa y fantasmal es la que narra AU3 , el documental de Alejandro Hartmann sobre la autopista que quiso construir Cacciatore, el nefasto intendente de la dictadura, y que iba a cruzar los cielos de todos los barrios porteños. El proyecto, por supuesto, fracasó, y dejó como única rémora una derrotero de casas destruidas que todas juntas trazan el dibujo de un tajo en el corazón de nuestra ciudad.
Quizás para algunos ciudadanos de la época –hablamos, para algún desprevenido, de mediados y finales de la década del setenta–, el ímpetu urbanístico de Osvaldo Cacciatore podía aparentar el brillo de una idea modernizante. Las autopistas se han instalado en el imaginario contemporáneo como una cifra del progreso y metáfora del futurismo (¿cuántas películas han abusado del plano aéreo de las autopistas enruladas de Los Angeles?) y el intendente pensó, en un relámpago mental de inclinación épica y salvaje, que podía erigir un monstruo de cemento que surcara la ciudad desde la Avenida General Paz hasta Puente Alsina, por sobre los techos de los barrios de Saavedra, Villa Urquiza, Coghlan, Belgrano, Chacarita, Colegiales, Palermo, Almagro, Villa Crespo, Balvanera y Nueva Pompeya. Como esos viejos emperadores que decidían la suerte de un continente desde la alcoba de un palacio, Cacciatore da la orden y, ¡zas!, sus muchachos empiezan a expropiar casas y demoler las primeras viviendas.
Así empieza el documental, con los testimonios de aquellos que tuvieron que dejar sus casas, y AU3 se mete de lleno entonces en una tensión que atraviesa toda la película y que tiene que ver con la relación siempre conflictiva entre el espacio de la intimidad y el amplio espectro de lo público. En ese sentido, AU3 narra la historia de dos expropiaciones o, en otras palabras, cuenta un doble desalojo separado por más de treinta años. Porque si en aquel momento las tropas verde oliva sacaron a los propietarios de sus casas para construir la autopista que nunca se materializó, en los últimos años el Gobierno de la Ciudad sacó a los ocupas que se fueron instalando en esos edificios semiderruidos que dejó la gestión Cacciatore. Así, la relación entre intimidad y espacio público se termina de tensar en el frente y reverso de las clases sociales. Si la expropiación significa para la clase media la entrada de un intruso a la comodidad del hogar, al living familiar, para la clase baja no hay intimidad; el documental vuelve evidente el hecho de que la intimidad es el gran refugio y el patrimonio de la clase burguesa.
En un gesto político, entonces, Alejandro Hartmann trae los restos de un pasado para resignificar el presente. El tópico del déficit habitacional y el concepto de ocupa viene en franca escalada en los últimos años y ha arañado cimas dramáticas con la ocupación del Parque Indoamericano unos meses atrás. Si el documental es un género político por definición, AU3 lo es en el mejor sentido del término: sin bajar moralejas ni ser moralista, visibiliza los conflictos en el interior de un sistema y con eso lo dice todo. La cámara es pasiva y no interfiere con los testimonios y la narración despliega con claridad el juego entre presente y pasado, documentos y testimonios orales, que estructura la línea central de la trama. Por lo demás, si la gran tradición del documental opera relevando una presencia, esta cinta entra en sintonía con otras propuestas argentinas que funcionan por sustracción, dando cuenta de algo que no está: una autopista imaginaria, el fracaso de un proyecto político. Sólo basta caminar por algunos barrios de Villa Urquiza y Belgrano R., que es el límite donde las topadoras de la dictadura llegaron, para ver las huellas de un pasado reverberando en la pobreza del presente, con sus edificios tomados y el esqueleto invisible de la autopista central.

Critica Miguel Frias - Clarín


La demolición

Crítica. “AU3”. Basado en una autopista que empezó a construir la dictadura, este filme muestra un corte social porteño.

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A simple vista, se podría decir que este documental de Alejandro Hartmann, muy propicio para épocas en que se discute el destino de los espacios urbanos de la Ciudad de Buenos Aires, se centra en una de las tantas autopistas comenzadas durante la última dictadura por el intendente de facto Osvaldo Cacciatore. Pero no: la vieja e inconclusa AU3, Autopista Central, funciona -en este filme- como un tajo que abre no sólo a la ciudad sino al cuerpo social; una vivisección en la que realizador nos permite ver con claridad, sin retórica militante, algunos cortes de clase: las razones de vencedores y vencidos.
Esta película empieza (y termina) con sutil contundencia visual, sin voces en off ni explicaciones. Al principio vemos planos de paredes y edificios derruidos: devastación de otras épocas, cuando un gobierno que impuso un sistema económico basado en la sacralización de la propiedad privada expropiaba viviendas -aunque fuera con compensación económica- para construir autopistas. Con los años, y la inoperancia y el desdén, se fue formando una cicatriz urbana, hecha de terrenos y casas abandonadas en las que se fueron instalando ciudadanos de bajos recursos, expulsados del sistema.
Entre la dictadura y la actualidad abundaron los planes de reubicación, las confrontaciones vecinales, las promesas de soluciones políticas, los cálculos de lucro con esos terrenos. En silencio, como si fuera un científico que observa con la lente de su cámara sin tomar partido -aunque todo acto, en especial hacer una película como ésta, implica tomar partido-, Hartmann nos muestra que los problemas no perdieron vigencia. Comienza por observar un desalojo, actual, y una grúa que se acerca para hacer su tarea de demolición. Los habitantes recibirán un suma que, ellos dicen, difícilmente les alcanzará para comprarse otra vivienda.
Mientras las topadoras destruyen y los políticos ofrecen salidas, Hartmann acota el conflicto a una zona de Belgrano R, hasta hacer un corte del tejido social en un cuadrado cuyos bordes son las calles Holmberg, Donado, Rivera y Monroe. Ahí, contrapone mansiones con cercanas viviendas miserables: y, también, posiciones de propietarios y “ocupas”.
Ellos y nosotros. “Negros usurpadores” y “gente que quiere una ciudad mejor”. Estigmas. Una vecina comprensiva dice: “Entre la gente humilde hay buena gente, también expuesta a la delincuencia, como cualquier vecino normal”. ¿El que no es propietario es, acaso, un vecino anormal? Hartmann deja que las palabras hablen solas. Un jubilado, cuya casa no fue demolida, pero sí quedó aislada en zonas tomadas, asegura: “Hay que imponerles respeto: yo tengo más poder que vos. Vos me vas a atacar, yo te voy a matar”.
Hay, también, gente que, en medio de un baldío, evoca con rabia y melancolía lo que fue su hogar. Y una grúa, que parece un animal prehistórico envuelto en una polvareda, comiendo con indolencia más edificios, como hace tanto.

viernes, 4 de marzo de 2011

Nota RADAR


CINE 2 > EL DOCUMENTAL SOBRE LA AUTOPISTA 3 QUE NUNCA SE HIZO

La autopista fantasma

Para unir el norte y el sur de la ciudad, el intendente Cacciatore planeó, durante la dictadura, una larguísima autopista 3. Pero con demoliciones y desalojos a medio hacer, el proyecto se detuvo sin explicaciones y a la ciudad le quedó un tajo de terrenos devaluados, ocupaciones irregulares y un panorama absurdo que lleva treinta años sin solución. El documental AU3 da voz a estos porteños abandonados en el corazón de la ciudad.

 Por Sergio Kiernan
Una de las cosas más brutales que se le pueden hacer a una ciudad es tajearle una autopista, y por eso es una de las cosas que menos se le hacen. Y por eso, quizás, es una de las cosas que más quisieron hacer los militares, el sueño de Osvaldo Cacciatore, la definición verde oliva del progreso. No extraña, porque una autopista implica demoler de a cientos, joder de a miles, expulsar por orden superior y crear una cinta muerta donde antes había un tejido vivo.
Para cuando la dictadura hizo su autopista urbana, el mismo concepto se caía a pedazos. Los norteamericanos, que las inventaron, ya estaban arrepentidos de la criatura y hasta estaban demoliéndolas. Jane Jacobs, Lewis Mumford y casi cualquier urbanista con seso podía refutarlas largamente. Nada de eso importó y si importaba no se podía ignorar que había cientos de millones de dólares en juego.
En la película AU3 hay una imagen terrible, la del mapa de la nueva red vial que pensaban hacer. Es un dibujito de la Capital cuadriculada de vías rápidas, con un disparate como eje central: para unir el sur y el norte se demolía una amplia S que arrancaba arriba de Belgrano y terminaba en Barracas. Esa era la Autopista Urbana 3, la madre de todas las autopistas.
La película que acaba de estrenar Alejandro Hartmann cuenta la historia de lo que no fue y del saldo que quedó. Los militares expulsaron a cientos de vecinos en la zona de clase media y baja clase media que se recuesta justo atrás de lo mejor de Belgrano R. Dejaron un tendal de lotes vacíos, montañas de escombros, casas vacías, pero no edificaron nada. Un día, sin que todavía se sepa por qué, abandonaron el proyecto. Los sobrevivientes se encontraron viviendo en una herida, aislados. El pobrerío urbano se encontró con casas para ocupar, un techo malandra pero, como explica uno en la película, “un paraíso con el bondi en la puerta, una plaza, paredes de ladrillo”.
Treinta años después, el tema sigue. Partes del tajo urbano de una manzana de ancho fueron parquizados. Partes son casas devaluadas y baqueteadas. Partes son ocupas, villas urbanas, terrenos cubiertos con cartonería y chapas. AU3, que no es una película sobre urbanismo, se concentra en este lado social, el de la difícil convivencia entre clases rejuntadas por la violencia de las demoliciones y el de la falta de soluciones.
Es que el problema sigue sin resolverse y la AU3 sigue siendo algo roto en Buenos Aires. Y lo que se rompe suele ser negocio para alguno... como muestra el plan del macrismo, exhibido con maqueta animada y todo, de hacer un muro de torres en el lugar. Como gente de la construcción, personajes como el ministro de Desarrollo Urbano Daniel Chain y el encargado de cerrar el tema, Carlos Regazzoni, saben hacer los números. Por ejemplo, darles a los vecinos entre 75.000 y 90.000 pesos –apenas 15.000, si son ocupas recientes– para que despejen terrenos que se cotizarán de a miles de dólares el metro una vez que sean licitados.
Hartmann muestra las voces de vecinos, legisladores y funcionarios con neutralidad. Muestra documentalmente el drama personal que es un desalojo y la violencia de una demolición con una maquinaria gigante que parece algo de Terminator. Y termina avisando que la mitad de los terrenos serán vendidos para edificar cosas no tan altas y la otra mitad para parques y vivienda social, un parche conquistado después de años de bloquear el negocio. Lo destruido para autopista volverá a ser barrio. Habrá que ver qué pasa con estos parches en los que el macrismo, según los personajes de la película, tiene una fe ciega, una fe de contadores y no de urbanistas.

jueves, 3 de marzo de 2011

Crítica de Luciano Monteagudo de Pagina 12



CINE › AU3 (AUTOPISTA CENTRAL), DOCUMENTAL DE ALEJANDRO HARTMANN

Cicatrices a cielo abierto

A partir de la fractura que dejó en Buenos Aires una autopista inconclusa de la dictadura militar, el film de Hartmann va practicando un corte transversal no sólo en la estructura urbana, sino también, y muy particularmente, en su tejido social.

 Por Luciano Monteagudo
No es la que más se recuerda, pero entre las muchas herencias negras que dejó la última dictadura militar está el sueño megalomaníaco del brigadier Osvaldo Cacciatore, intendente de facto de la ciudad de Buenos Aires, cuando con sus desmesuradas autopistas se empeñó en dejar –literalmente– su marca en la ciudad, a la manera de auténticos tajos en el tejido urbano. De las ocho autopistas proyectadas, apenas dos llegaron a construirse; una tercera, la AU3 o Autopista Central, dejó como todo legado numerosas expropiaciones a lo largo de su trazado y un puñado de demoliciones en distintos barrios de la ciudad: Villa Urquiza, Saavedra, Villa Ortúzar, Chacarita, Belgrano R... Esa cicatriz urbana, salpicada de lotes baldíos y casas a medio demoler, pronto fue el mejor hogar que pudieron encontrar muchas familias de bajos recursos. Tres décadas más tarde, la AU3 ha sumado nuevos capítulos a su saga de postergaciones, guerras vecinales y planes de recuperación fallidos, y allí aparece la mirada lúcida del documentalista Alejandro Hartmann para intentar comprender las fuerzas en pugna.
Lo primero que se ve en el film es un desalojo, como si no hubieran pasado más de treinta años de la dictadura. Es verdad que ahora no hay uniformes verde oliva a la vista, sino jóvenes funcionarios de traje (con una identificación amarillo-PRO en el ojal), pero la llegada de una enorme grúa no deja lugar a equívocos: ese modesto edificio que se levanta extrañamente en medio de un terreno yermo va a ser demolido. ¿Sus habitantes? Tienen que irse, una vez más, con un dinero en el bolsillo que difícilmente les alcance para conseguir otra vivienda.
Pero AU3 (Autopista Central) no es un documental de barricada. Lejos de cualquier demagogia, la película de Hartmann se propone ir más allá de la denuncia circunstancial para pintar un cuadro mucho más complejo. Con paciencia, el film va practicando un corte transversal no sólo en la estructura urbana, sino también, y muy particularmente, en el tejido social. El foco se va cerrando sobre el cuadrilátero comprendido entre las calles Holmberg, Donado, Rivera y Monroe, en Belgrano R, hasta descubrir allí un sordo campo de batalla entre prósperos vecinos (algunos de ellos propietarios de auténticas mansiones) y ocupantes ilegales. “La gente de acá y la gente de allá”, como sintetiza una señora cuyo coqueto balcón mira hacia la trinchera de enfrente.
Que una ley de la Ciudad (la 324 del año 2000) haya declarado a algunos de esos “ocupas” –como los llaman los vecinos de acá– “beneficiarios” de un arbitrario subsidio no parece haber podido resolver nada en la última década. Primero porque no abarcó a todos (y por lo tanto consideró a algunos más “ilegales” que a otros). Y luego porque el déficit habitacional es tan grave en la ciudad –como vino a poner de manifiesto, en diciembre pasado la toma del Parque Indoamericano– que cuando unos se van otros llegan.
Con una cámara pudorosa, nunca intrusiva, el film de Hartmann deja que las paredes hablen (“Si el desalojo es ley, la ocupación es justicia”, grita un graffiti) y escucha las razones de todos, para descubrir que, como siempre, todos tienen sus razones: propietarios, beneficiarios, funcionarios... La imagen de una topadora como un monstruo prehistórico, con unas fauces voraces, parece expresar, sin embargo, lo que se sospecha en alguna asamblea: que detrás de un nuevo reordenamiento decidido por la ciudad puede llegar a esconderse un oscuro negocio inmobiliario. En este sentido, no son tranquilizadoras las palabras de Daniel Chain, ministro de Desarrollo Urbano porteño, cuando en el documental dice que aquello que pretende hacer sobre esa herida abierta es “una hermosa cirugía plástica”.